Niños muy poco conversos, El Correo de Andalucía (Sevilla), Ismael G. Cabral
“La ópera es para frikis con mucha pasta”, afirma la protagonista de Allegro Vivace, espectáculo que esta semana puede verse en el Teatro de la Maestranza y cuya finalidad, aunque parezca lo contrario, es enganchar al público menudo a la lírica. “Muy bonito, pero esta música es de los tiempos de mari castaña”, asegura después la irreverente y luego conversa hippie que, buscando un lugar donde montar una fiesta, se topa con un extraño lugar en el que unos seres no menos raros se ponen a cantar a Rossini como si tal cosa.
El último espectáculo infantil del Liceo no es, todo hay que decirlo, un dechado de originalidad. Menos mal que, en el prólogo, la compañía granadina Yera Teatro se encargó de animar a los 2.000 niños (serán 12.600 al final) que abarrotaron ayer por la mañana, en función doble, el Maestranza. Hubo más pasión por la música en el muñecote digital que ocupó al principio el escenario que en toda la hora y media de Allegro Vivace. Y esto último lo corroboraron los peques: si no se habían dormido, jugueteaban con el móvil o alababan los atributos físicos de la prota. Al final, en medio de los aplausos, algún abucheo, contenido eso sí, que los profesores acechaban.
El superbarbero de Sevilla, La pequeña flauta mágica, El pequeño deshollinador y Dulcinea han sido algunos de los excelentes títulos para escolares programados por el coliseo en los últimos años. Allegro Vivace viene avalada por la firma de Comediants, pero en esta ocasión no hubo conexión con un inquieto y menudo público al que le pusieron difícil entender lo que sucedía en un enredado escenario en el que toda la ópera sonaba igual, con piano y violonchelo, fuera Monteverdi o Puccini que, al parecer, tanto daba. Menos mal que el parlanchín dibujo que hizo de animador en los minutos previos a la representación encandiló al personal haciéndole dirigir con una batuta imaginaria, enseñándole los instrumentos de la orquesta y formulando adivinanzas a algunos sufridos y un tanto despistados profesores. “¿Con trabajo parece…?” preguntaron. “El piano”, fue la respuesta, ¡ay!, de una ruborizada maestra.
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